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Los mercados del hemisferio norte, que son hoy por hoy los principales consumidores de frutas y verduras, están intensificando cada vez más sus limitaciones sobre el uso de agroquímicos. Los consumidores actuales, especialmente los de generaciones más jóvenes, valoran y buscan productos que, además de ser saludables, se produzcan de forma respetuosa con el medio ambiente. Esta tendencia, lejos de ser pasajera, se fortalece año tras año y se está convirtiendo en un estándar de calidad que obliga a la producción agrícola a adaptarse a estas normas más sostenibles.
Ante esta realidad, la agricultura está evolucionando hacia un modelo de trabajo que cuestiona y reemplaza el uso de herbicidas de alta residualidad, como la simazina y el oxifluorfen, por alternativas con etiqueta verde, es decir, aquellas que minimizan su impacto en el suelo, las aguas subterráneas y la microbiología nativa del perfil del suelo. Además, se está promoviendo el uso de cultivos de cobertura en los espacios entre hileras y de plantas no alelopáticas, como las leguminosas, que aportan nitrógeno atmosférico al suelo, mejoran la estructura, la oxigenación, y la infiltración del agua, y favorecen la interacción de la microbiota con las raíces de las plantas.
Este enfoque, conocido como agricultura biológica, ofrece una serie de beneficios no solo para el medio ambiente, sino también para los mismos cultivos: plantas más equilibradas, fértiles y productivas que entregan frutos de mayor firmeza, capaces de soportar largos viajes a mercados lejanos sin sufrir daños. Esto es crucial, ya que los supermercados del hemisferio norte han manifestado quejas sobre la condición en que llegan productos como el aguacate, especialmente de origen peruano, colombiano y, en ciertos momentos de la temporada chilena. Estos frutos, al cosecharse con bajos niveles de materia seca, llegan dañados, lo que afecta su comercialización y desincentiva el consumo en un mercado que paga precios elevados y, naturalmente, exige calidad.
El cambio hacia una agricultura menos dependiente de fertilizantes químicos está sustentado en investigaciones que demuestran que la nutrición basada en fertilización química intensiva genera huertos desequilibrados y frutos que experimentan mayores tasas de aborto, son más sensibles al frío y al calor, y tienen problemas de calidad en la pulpa. Además, es necesario reconsiderar el uso de nitrógeno en programas de cultivo de aguacate, dando protagonismo a cationes como el potasio y el calcio, que contribuyen a una estructura celular firme y a una mayor durabilidad en postcosecha. Además, la aplicación frecuente y en dosis pequeñas de microelementos ayuda a reducir el estrés por radiación solar y a mantener una alta actividad fotosintética, elementos clave para cultivos saludables.
Al reducir la fertilización química, se activa la microbiología beneficiosa del suelo, lo que mejora la capacidad de defensa del cultivo y permite un desarrollo radicular óptimo. Aquí, el uso de consorcios microbianos endémicos, seleccionados de suelos que han sufrido abuso de químicos, es fundamental. Estos microorganismos, una vez devueltos al suelo, promueven una fertilidad natural que reduce la dependencia de fertilizantes sintéticos y protege las aguas subterráneas de contaminación. En paralelo, los biofertilizantes, que incluso pueden ser producidos por los mismos agricultores, multiplican la eficiencia del cultivo al tiempo que disminuyen la salinización del suelo.
Otro complemento importante en este enfoque es el uso de prebióticos para fortalecer y prolongar la actividad microbiana en el perfil del suelo, permitiendo que los microorganismos produzcan los metabolitos secundarios necesarios para el desarrollo continuo durante toda la temporada de crecimiento, incluso en invierno.
Dentro de esta nueva agricultura, el carbono se presenta como un elemento central, esencial para mejorar la estructura del suelo, optimizar el uso del agua y favorecer la formación de humus en los primeros centímetros del perfil, donde se concentra la actividad radicular. Es recomendable aportar entre 15 y 20 unidades de carbono a lo largo de la temporada para mantener el suelo sano y con baja incidencia de patógenos, en contraste con el nitrógeno, que, aunque es clave en los programas de fertilización convencionales, alimenta a los patógenos del suelo como el Fusarium y Phytium.
Adicionalmente, la agricultura biológica despierta un creciente interés por su potencial en la generación de bonos de carbono, lo que puede hacerla mucho más rentable que la agricultura convencional. Es importante subrayar que muchas de estas prácticas no son nuevas, sino que fueron utilizadas en la agricultura ancestral, como es el caso de la tierra de diatomeas y los abonos orgánicos derivados de algas y compost, elementos que fueron desplazados por la industria de fertilizantes químicos.
La agricultura biológica ya no es el futuro; es una realidad que está ganando adeptos en todo el mundo y está en sintonía con las exigencias de los mercados internacionales. Para quienes aún se aferran a la fertilización química, es hora de reconocer que la tendencia mundial apunta hacia esta nueva agricultura sostenible y respetuosa con el medio ambiente. Aún es posible realizar el cambio y adaptarse, pero es fundamental empezar a conocer y practicar estos métodos antes de que las oportunidades de adaptación sean limitadas.