Salinidad: El enemigo silencioso de la fruticultura moderna

En la actualidad, muchos análisis de PH y conductividad eléctrica del agua y del suelo se realizan con el único objetivo de cumplir con los requisitos de certificación. Sin embargo, estos parámetros, fundamentales para comprender la dinámica nutricional de los cultivos, suelen dejarse de lado durante la planificación y ejecución de los programas de fertilización. Esta desconexión entre el análisis y la acción técnica puede tener consecuencias profundas en un escenario agrícola cada vez más amenazado por el cambio climático.

La escasez de agua, particularmente en forma de sequía prolongada, junto con el incremento de la salinidad en suelos y fuentes de riego, ha comenzado a afectar severamente la producción frutícola global. Este impacto no solo se refleja en la fisiología del huerto, sino que también compromete la calidad del producto destinado a los mercados internacionales.

El primer y más notorio efecto de la salinidad es la competencia inmediata por el agua disponible en el suelo, lo que reduce su acceso para las raíces. Esta situación se agrava en suelos calcáreos o en laderas cálidas con orientación suroeste, especialmente cuando el sistema de riego presenta fallas. En estos contextos, un golpe salino puede causar la caída prematura de hojas y, con ello, una mayor caída de frutos, especialmente en huertos con portainjertos sensibles.

La caída de hojas se convierte en un síntoma común cuando el riego es deficiente y el sodio ingresa abruptamente al sistema, bloqueando cationes esenciales y provocando quemaduras radiculares en variedades más vulnerables. Al igual que los manglares que sobreviven en condiciones halófitas mediante la acumulación y eliminación de sal a través de sus hojas más viejas, las plantas frutales muestran mecanismos similares de defensa, sacrificando tejido para mantener la homeostasis interna.

Dentro de los elementos que más contribuyen a los problemas de salinidad, el sodio destaca por su capacidad para deteriorar la estructura del suelo. A través de un proceso de sellamiento químico, reduce la porosidad y envejece el sistema radicular, disminuyendo la infiltración y eficiencia del riego. Este fenómeno convierte los suelos en ambientes inertes, con pérdida progresiva de vida biológica y estructura.

El sulfato, aunque menos considerado, puede en altas concentraciones generar antagonismo con el nitrato, especialmente en valles salinos donde los huertos palidecen durante el verano si la única fuente de nitrógeno es nitrato. La urea, al no aportar salinidad por su naturaleza apolar, se vuelve una alternativa viable para complementar la nutrición.

Los cloruros, por su parte, son altamente móviles. Pueden migrar hacia los bordes periféricos del camellón y hacia capas profundas del suelo, zonas con baja actividad radicular. Su efecto tóxico puede mitigarse con una aplicación controlada de nitrato, el uso de mulch y el incremento de materia orgánica. Sin embargo, si en el agua de riego coexisten sodio y cloruros en altas concentraciones, la compactación del suelo dificultará el desplazamiento de estos iones, exacerbando los daños.

El boro representa otro riesgo importante. Aunque necesario en pequeñas cantidades, puede ser fitotóxico incluso a bajas concentraciones y es responsable de la degradación progresiva de suelos en zonas como el Norte Grande de Chile, llevándolos a la improductividad agrícola.

El verdadero problema, sin embargo, surge cuando varias sales coexisten en el suelo o en el agua de riego. Esta combinación acelera el envejecimiento de los tejidos vegetales, incluso en materiales genéticos considerados tolerantes. Con el tiempo, la exposición a la salinidad favorece la aparición de enfermedades, aumenta la sensibilidad a nemátodos y patógenos del suelo, e incluso promueve el desarrollo de hongos lignívoros que comprometen la vida útil del huerto.

El resultado es una disminución del potencial productivo, una merma en la calidad del fruto y una vida de poscosecha más corta. Este fenómeno es ampliamente documentado en frutas provenientes de valles salinos del Perú y Chile, donde los problemas de maduración, pérdida de firmeza y pudrición peduncular son frecuentes. A la inversa, en suelos extremadamente pobres y lavados, como algunos de Colombia, la nutrición deficiente provoca síntomas similares, confirmando que tanto el exceso como la carencia de elementos esenciales pueden terminar afectando el mismo parámetro: la calidad.

La salinidad es, sin duda, uno de los factores más subestimados en la fruticultura moderna. Su monitoreo debe ser permanente y riguroso durante toda la temporada, y su manejo, parte esencial de cualquier estrategia de fertilización. La bioestimulación y el uso equilibrado de fertilizantes salinos no son opcionales, sino condiciones necesarias para sostener la productividad, prolongar la vida útil del huerto y mantener la competitividad en mercados exigentes. Ignorar esta realidad es hipotecar el futuro agrícola.