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En la agricultura moderna, particularmente en el cultivo de aguacate, el manejo nutricional no solo define la calidad del fruto, sino también la sostenibilidad del huerto a largo plazo. El problema radica en que, aunque muchos productores realizan análisis de suelo y foliares como parte de las exigencias para exportar, estos no siempre se emplean para ajustar las estrategias de fertilización. Durante años, los análisis foliares realizados en otoño llegaron demasiado tarde para generar un impacto significativo. Hoy, la ciencia nos impulsa a construir curvas fenológicas que reflejen la evolución nutricional del cultivo y permitan tomar decisiones en tiempo real.
En este contexto, el análisis de savia ha emergido como un complemento revolucionario al análisis foliar. Si el análisis de tejido nos permite conocer la acumulación de nutrientes en la planta, el de savia actúa como un «análisis de sangre», proporcionando una fotografía diaria del estado fisiológico de la planta. Su relevancia radica en la precisión y el momento en que se realiza, generalmente entre las 6 y 8 de la mañana, bajo condiciones controladas de temperatura y viento. Así, se obtiene información crítica sobre niveles de nutrientes, pH, conductividad eléctrica y contenido de azúcar, datos que pueden ser transformadores para el manejo del cultivo.
El nivel de azúcar en la savia, por ejemplo, es un indicador directo de la salud y la capacidad defensiva de la planta. Cuando este es bajo, la planta metaboliza carbohidratos simples que atraen plagas. En contraste, un nivel alto de azúcar transforma estos compuestos en polisacáridos complejos, indigeribles para muchos insectos, inhibiendo su proliferación. Este principio subraya la importancia de un programa nutricional equilibrado, que no solo busque producir frutos, sino también proteger el cultivo de manera natural.
Por otra parte, el pH y la conductividad eléctrica de la savia son indicadores que revelan desequilibrios en la nutrición. Un pH alterado puede implicar competencia entre cationes, como el calcio y el potasio, esenciales en diferentes etapas fenológicas. Durante la floración, el calcio juega un papel protagónico, mientras que en la etapa de llenado del fruto, el potasio toma el relevo. La clave está en ajustar las prioridades según las necesidades de cada etapa.
La fertilidad del suelo, tradicionalmente vista como el punto de partida del manejo nutricional, también ha sido objeto de una revalorización. Más que buscar enriquecer el suelo, el enfoque actual es «exprimir» su capacidad para entregar nutrientes a la planta. Esto implica un manejo que combine fertilización química, biológica y manejo de sales, estimulando la actividad microbiana y la simbiosis raíz-microbiota.
En este nuevo paradigma, no se trata solo de tomar decisiones al inicio de la temporada y mantener un programa estático. Las plantas despiertan y evolucionan de forma diferente según las condiciones climáticas y el nivel de carga. Por ello, los análisis periódicos de savia, junto con otros como los de raíz y panícula, permiten ajustar las estrategias en tiempo real, asegurando un balance entre el crecimiento vegetativo y reproductivo.
En última instancia, el éxito de un programa nutricional no depende solo de las herramientas disponibles, sino del uso que se les dé. Es fundamental que productores y asesores interpreten y apliquen estos análisis de manera efectiva, evitando que terminen como simples documentos archivados. En un entorno agrícola cada vez más demandante, los análisis de savia y tejido son más que un lujo: son una necesidad estratégica para maximizar la productividad y garantizar la sostenibilidad del cultivo.
La fertilización ya no es solo una práctica técnica, sino un arte que requiere precisión, adaptación y, sobre todo, acción informada. Dejemos de ver los análisis como un trámite y convirtámoslos en la brújula que guíe nuestro manejo hacia una agricultura más eficiente y resiliente.